La última noche de 1899 la Parte Vieja fue un ir y venir de gente que se disponia a recibir el nuevo año en un ambiente festivo y bullicioso. No era para menos. La ciudad se habia recuperado de los terribles acontecimientos ocurridos a comienzos de ese siglo y el derribo de las murallas. Se daba la bienvenida a un nuevo siglo que se presumia venturoso.
Como el 31 de diciembre de ese año cayó en domingo, desde primeras horas de la mañana se podia apreciar que no era un dia cualquiera. Como narra un diario local, a las once y media se ofició en el Buen Pastor la denominada 'misa de los elegantes, donde se congrega la quinta esencia de la canela donostiarra y forastera", que se trasladó posteriormente "al paseo del Boulevard que se vio brillantisimo. Por la tarde, y según costumbre, la gente se distribuyó por los alrededores, siendo el lugar preferido el valle de Loyola donde se celebraron festejos acuáticos y donde los jóvenes movieron las piernas de lo lindo al son de la música
Quienes prefirieron un fin de año más tranquilo pudieron acudir por la tarde al quiesco dei Boulevard para deleitarse con piezas como la célebre "Caballeria Rusticana y, a la noche, el Teatro Principal puso en escena "El sombrero de copa". Según informó El Correo de Guipúzcoa, el Papa dictaminó que para la iglesia, el fin de año y del siglo habla sido el 25 de diciembre.
Asi se disponia la ciudad a recibir el nuevo siglo. Los más distinguidos y con disponibilidad económica tenian a su alcance los cafés y restaurantes que se habian instalado en la Alameda y la Plaza de Guipúzcoa. Para quienes no podian pagar el cubierto en un local de postin les quedaba la alternativa de su propio domicilio y luego continuar el joigorio en las calles, ya que además hizo un dia casi primaveral.
Otra alternativa era festejarlo en alguno de los cafes, tabernas y sidrerias más populares de la Parte Vieja. En una de ellas, una quincena de amigos -buenos aficionados al arte relacionado con los pucheros festejaban la noche de fin de año por todo lo alto. la
Alguno de las presentes propuso la idea de alquilar un local para poder disfrutar más a sus anchas de los quisos que les apeteciera. La noche en la que se despedia el sigio y se daba la bienvenida al nuevo, brindaron por la feliz idea en Casa Meque, propiedad de uno de los congregados. y se zambulieron en el nuevo año con la esperanza de ver cumplido su deseo. Las campanadas estaban a punto de anunciar la llegada de 1900. Jose Luis ituarte narraba treinta y cinco años después como fueron los hechos:
"Un grupo de donostiarras que despedian el siglo en la casa Meque. a las doce de la noche, muerta la centuria, acordaron constituirse en sociedad para disfrutar de las venturas que les deparaba el siglo naciente, siglo de armonía, fraternidad, bienestar y sidra a diez céntimos el litro: este siglo XX que, ¡hay!, era tan hermoso al nacer y a medida que crece se va poniendo cada vez más feo”.
Como en buena parte de Europa, existían sociedades tanto de carácter político o artístico como gremiales, que participaban activamente en la vida social. En el caso de Donostia, también se habían creado las denominadas recreativas, que organizaban las fiestas y actos más populares de la ciudad. La novedad era que su razón de ser fue su carácter exclusivamente gastronómico.
Se había dado el primer paso para la fundación de la primera sociedad exclusivamente gastronómica que alumbró nuestra ciudad, pues no hay que olvidar que La Fraternal, creada en 1843 bajo el lema de “comer y cantar”, tuvo como objetivo otras actividades como el montaje de verbenas veraniegas, carnavales o cabalgatas, algunas de las cuales contaron como veremos la colaboración de Kañoyetan.
Seguramente uno de los temas de la velada fue el de los límites impuestos por la autoridad en cuanto al horario de cierre basado posiblemente en las quejas de los vecinos por los cánticos y el ruido en general que se producía hasta altas horas de la madrugada.
Las autoridades entendían ya en 1833 que el número de tabernas y sidrerías dentro de las murallas era excesivamente elevado y alegando falta de higiene ordenó el cierre de la mitad de las cuarenta y tres existentes. La medida adoptada no tuvo mucho éxito pues apenas once años después entre tabernas y tascas donde se vendían vino, sidra y licores eran cuarenta y seis, en 1870 superaban las setenta, el centenar en 1870 y ciento trece en 1904.
La presión afectó principalmente a las sidrerías, que se fueron trasladando a la periferia cambiando su fisonomía pues las campas permitían una mayor socialización con juegos al aire libre, canciones y bailes, de manera que como en las romerías hubo una mayor participación de las mujeres.
J. M. Unsain aporta estos datos y explica que “las que se mantuvieron en la Parte Vieja se vieron sometidas a un mayor control municipal. La consolidación de la imagen de ciudad elegante y de orden chocaba, a menudo, con las quejas sobre los escándalos y la suciedad”.
A pesar del cierre de muchas tabernas y del desplazamiento de las sidrerías al extrarradio, las quejas vecinales continuaron, de manera que en 1877 se ordenó el cierre de las tabernas a las diez de la noche. Pese a las protestas de los taberneros, solo se permitió ampliar el horario hasta las diez y media. Sin embargo, los cafés del Ensache donde disfrutaban
veraneantes y burgueses de fiestas y saraos, tenían permiso hasta las dos y las tres de la madrugada.
Visto lo visto, muchas tabernas de la Parte Vieja pasaron a solicitar la categoría de café para ampliar el horario. Nada que ver con el lujo y boato de sus homólogos del Ensanche o los grandes hoteles, pero atrajeron a un público que no se resignaba a acostarse “tan temprano”.
Si al control de horarios y la vigilancia del ruido —que aseguraban férreamente alguaciles y serenos— añadimos la escasez de locales y el ahorro económico de hacérselo uno mismo o llevarlo de casa, tendremos poderosas razones para entender algunas de las razones para la creaciónde las sociedades gastronómicas.
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